martes, 30 de septiembre de 2014

"La excepción", por Ava Audur Ólafsdóttir.

El último ramo de flores de mi marido se encuentra en un jarrón en la mesa del salón: diez rosas rojas de tallo largo que todavía no han empezado a inclinar la cabeza. ¿Tendría que esperar a que poco a poco se marchiten, a que el color se desvanezca y se conviertan en unas pálidas rosas muertas? ¿O quizá tendría que secarlas y guardarlas? ¿Acaso ya es demasiado tarde y el instante ya se ha fugado?

En los últimos compases del año, en ese instante de expectante inquietud, el universo de María, el interior y el exterior,  se hace añicos sin previo aviso. Su marido, el ser amado, amante; el hombre que le regalaba vestidos y rosas; el padre cariñoso y paciente, se marcha. Descorcha el champán antes de anunciarle que se va con otro hombre y que ella será la última mujer de su vida.

Un giro que María no vio venir, y ante el que se encuentra absolutamente impotente. Porque ¿cómo lucha uno contra algo así? ¿Con qué armas se le planta cara al destino y la madre naturaleza?

En “La excepción” acompañamos a María en su viaje interior, a través de una montaña rusa emocional que rueda por los diferentes estados del alma humana, de la incredulidad a la resignación, al miedo y la negación. Una novela dotada de una hermosísima feminidad, sin excesos ni dramas, plagada de dolor y de un humor avinagrado, tanto que escuece a ratos. 

María no se entrega al llanto ni despliega una sexualidad enfurecida después del abandono. María es tan humana, está tan bien construida, que decide volver a pintar la casa y tomar el té con su peculiar vecina, Perla, escritora en la sombra, terapeuta y tragona en sus horas libres. Es tan real que no puede dejar de preguntarse cómo será la vida de su marido dos calles más allá, y cuando será que él se dé cuenta de que todo ha sido un error y vuelva al hogar.

Ava Audur sabe hallar la soledad en los objetos cotidianos y el día a día, en el rostro de los hijos y el postre que se quedó enfriando en la nevera, entre los sabores y olores que ayer te pertenecían y que hoy se han evaporado. Sobre esos elementos construye con tremendo acierto a sus personajes. 
Con una prosa dotada de una notable carga poética que funciona mejor cuanto más sencilla es, barnizada con una ironía gris que empasta de maravilla con el conjunto, “La excepción” se lee con agrado y estremecimiento, con una agilidad impuesta por capítulos brevísimos, que hacen que la novela se deshaga entre los dedos.

Una historia para leer despacio, para saborear con un café o un té entre las manos. “La excepción” es una novela con un regusto amargo, otoñal y sutil, que se lee en un suspiro.

martes, 23 de septiembre de 2014

"El corredor del laberinto", por James Dashner

Ay. Algunos autores de novela juvenil no leyeron la letra pequeña del decálogo de “El buen autor de novela juvenil”. Y se pasaron por el arco del triunfo el apartado aquel de “Sus lectores son jóvenes, pero no son tontos”. Que alguien le traiga unas gafas a James Dashner, o se lo lea en voz alta o algo…

A estas alturas, imagino que todos habéis oído hablar de la novela y sabéis un poquito de qué va. Por su acaso, aquí tenéis la sinopsis y el tráiler de su adaptación cinematográfica, que se ha estrenado recientemente. No me negaréis que la premisa es buena. El laberinto es un clásico, y yo me moría por echarle un ojo a Thomas, al que  imaginaba como un Teseo moderno y repeinado, que habría de resolver complejos enigmas para tratar de liberarse.

Otra vez ay. Porque la cosa se queda en eso. En una buena idea, sin más. James Dashner falla estrepitosamente en dos aspectos fundamentales: el primero y principal, el desarrollo de sus personajes. Planos, insustanciales. No evolucionan, ni vienen ni van a ninguna parte. Todos son tópicos con patas: el líder simpático que ayuda al protagonista, el líder malhumorado, la chica… Y a todos les pasan cosas que se ven venir desde el principio. El autor no tiene recursos para entretener ni emocionar más allá de lo de siempre. De hecho, ocurre algo hacia al final que de puro simplón, ni me conmovió lo más mínimo, cuando lo normal habría sido llorar como una magdalena.

Tampoco funciona demasiado bien ése lenguaje inventado, que no va más allá de cuatro o cinco palabras, que James Dashner introduce en su historia, supongo que para dotarla de cierta originalidad. En lugar de ello, lo que consigue es que todos los personajes, independientemente de su situación, su edad o sus circunstancias, se expresen exactamente del mismo modo, lo que les resta personalidad y credibilidad. Cada vez que leía eso de cara fuco, me acordaba de Álex, el protagonista de “La naranja mecánica”. En la mítica novela de Anthony Burgess también aparece una jerga inventada, pero que en este caso, sí funcionaba (y entorpecía a partes iguales). La cuestión es que Thomas, tan pusilánime y tan lleno de preguntas, le habría durado poquito a mi querido Álex.

Divagaciones aparte, ocurre lo mismo con el desarrollo de la historia. Un tópico tras otro, la información se dosifica a través de los recursos más simples. Thomas va recordando oportunamente, callando cuando es necesario, hasta que llega un momento en que sientes que llevas leídas cientos de páginas y realmente, no ha pasado nada. Había leído en varias reseñas que “El corredor del laberinto” era una novela adictiva. Yo he tardado casi dos meses en leerla y he tenido mis serias dudas acerca de si iba o no a terminarla.

En resumidas cuentas, que me he aburrido bastante. Y teniendo en cuenta que lo único que esperaba de este título era un poco de entretenimiento, sin más, calificarlo de decepcionante se queda corto.

martes, 16 de septiembre de 2014

"La última vuelta del scaife", por Mercedes Pinto

"La última vuelta del scaife" es la historia de Josué. Pero también es tu historia. La mía. Es, al final, el camino de un hombre. Anhelos, cobardías, creencias, generosidad, bofetadas, la maldita cabezonería. Josué somos nosotros, girando imperfectos mientras la vida nos va puliendo las aristas. Encaminados hacia un final que no siempre es justo, ni feliz, ni pacífico.

En la primera tanda de reseñas de esta novela de Mercedes Pinto, muchas de ellas coincidían en un aspecto que también ocurrió en mi caso: cuesta empatizar con ése protagonista, con Josué, y es más sencillo, en cambio, hacerlo con ésos dos fantásticos personajes que son Carlos y Kuaima. ¿Pero sabéis lo que yo creo? Que a veces nos cuesta querer a Josué porque es el más cobarde, el más humano y el más real de los tres. Es fácil amar a ése líder fuerte y valiente que libera a los suyos del yugo que les ha aprisionado durante años. Es sencillísimo adorar a ése Carlos locuaz, viajado, amante del vino y las mujeres. Pero es, en cambio, muy difícil aceptar que tú estás más cerca de Josué, con sus cobardías y sus prejuicios, que de ésos otros personajes tan amables. La autora construye a sus tres personajes con mimo y acierto, apoyando en ellos todo el peso de su historia.

Una historia en la que, de vez en cuando, uno se encuentra con pasajes de una intensa belleza. Momentos en los que la prosa de la autora, tremendamente sensible a pesar de su sencillez, captura instantes como quien mete un barco dentro de una botella, y te traslada a otro lugar, a un desierto en el que suena una guitarra española o un djembé.

“La última vuelta del scaife” va más allá de su apariencia. No es sólo una historia sobre hombres que parten en busca de su destino, del diamante, el instante o la persona que cambiará el rumbo de sus vidas, que les volverá mejores. Es una novela sobre el complejo ser humano, despojada de idealismos y paños calientes, una mirada siempre cálida a lo que hacen con nosotros elementos muy presentes en nuestras vidas: las religiones, el dinero, lo material, la ambición, la enfermedad y la muerte. Tan presente esta última que hasta aquellos que parecen forjados en acero, indestructibles, terminan cediendo a ella, y sacándote las lágrimas.

jueves, 11 de septiembre de 2014

"Los 100", por Kass Morgan

La sombra de “Los juegos del hambre” es alargada. Desde entonces, las novelas juveniles ambientadas en un futuro post apocalíptico, distopías y similares son una constante. Hay tantas y tan parecidas que es imposible, a veces, distinguir unas de otras. De todas ellas, solo la trilogía “Divergente” ha conseguido un éxito notable, a pesar de estar bastante lejos en cuanto a calidad de la obra de Suzanne Collins.

 “Los 100” es otro intento más, fallido en este caso, de emular a La chica en llamas y compañía. Y aunque pueda parecerlo, su principal inspiración no está en “Los juegos del hambre”, sino en una serie… perdón, La Serie, que lo puso todo patas arriba y cambió el modo de ver y hacer televisión: Lost. Apuesto a que la autora de “Los 100”, Kass Morgan, pasó muchas horas viendo, leyendo y teorizando sobre la serie de J.J. Abrams.

La novela parte de una premisa que podría haber sido interesante. Los supervivientes de un holocausto nuclear que destruyó el planeta Tierra viven ahora en el espacio, en una nave creada para proteger a la raza humana hasta que llegue el momento de regresar. Dentro de un rígido sistema de normas y castigos destinados a evitar la superpoblación, el gobierno decide enviar a un grupo de jóvenes convictos de vuelta a la Tierra para comprobar si es habitable e iniciar la colonización.

Digo que podría haber sido interesante porque el primer fallo, y uno de los gordos, es una ambientación errónea, mal parida y mal contada. En ningún momento he sabido dibujar en mi mente esa nave en forma de ¿ciudad? Las normas que rigen la nueva sociedad están dadas con brocha gorda, pinceladas gruesas que no ayudan a crear un sistema creíble o sólido. La vida en Walden, Fénix y Arcadia hace aguas por todas partes.

La cosa no mejora cuando los cien jóvenes llegan a la tierra. Al más puro estilo Lost, cada capítulo está centrado en uno de los personajes, incluyendo siempre flashbacks intercalados en la trama principal que, sin demasiado acierto, tratan de enlazarse. La intención, como ocurría en la serie, es que el presente de cada personaje esté íntimamente relacionado con cada recuerdo. Pero las situaciones resultan forzadas y mal atadas.

No sólo en su estructuración recuerda la novela de Kass Morgan a la serie de J.J. Abrams. También la ambientación resulta más que parecida. Una isla desierta, un bosque, los restos del accidente, hogueras y alguna situación que no desvelaré pero que los que siguieron la serie, sin duda, sabrán encontrar sin despeinarse.
Incluso en su desarrollo, la autora se queda con lo peor de Lost, aquel insufrible triángulo amoroso, y se empeña una y otra vez en mover a sus personajes en esa dirección, sin que haya motivaciones claras o coherentes para que cada cual haga lo que hace.

Ni siquiera hay un cierre en condiciones, ya que “Los 100” forma parte de una saga. No os lo podéis creer, ¿verdad? ¿Una saga? ¿En los tiempos que corren? Pues sí.
No sólo eso. También ha dado lugar a una serie de televisión. No he tenido oportunidad de ver el piloto, pero leo por ahí que está "a la altura" del libro. Poco se podía hacer.









martes, 2 de septiembre de 2014

"El traje del muerto", por Joe Hill.

A mi padre, uno de los buenos.

Papá King puede estar orgulloso de su retoño, que le dedica así su primera novela, "El traje del muerto". Puede estarlo porque su hijo no sólo se ha convertido en uno de los autores más vendidos a día de hoy dentro de su género, sino porque a pesar de la losa que ha de suponer su apellido, a pesar de ser "el hijo de", Joe Hill consigue narrar esta historia con voz propia, haciendo gala de un estilo que no desmerece a su archifamoso padre pero que se distancia de él. Hay que leer esta novela, pues, olvidando a Stephen King una vez leída esa dedicatoria inicial.

Heart - shaped box es el título original de la primera novela de Joe Hill, y fue, antes que ello, el primer sencillo del álbum In Utero de Nirvana. Y es que, amigos míos, hay mucho rock´n´roll en esta novela.
Empezando por su protagonista, Judas Coyne, líder de una ruidosa y conocida banda que ahora es un cincuentón venido a menos, pero que sigue gustando y gustándose. Un rockero de manual, forrado de pasta y un pelín excéntrico, al que le gustan las jovencitas góticas, de uñas negras y culo firme. Entre sus extrañas aficiones, se encuentra la de coleccionar objetos macabros. Por eso, nuestro protagonista no puede resistirse cuando encuentra en internet un fantasma en venta. Y como os podréis imaginar, ahí empiezan sus problemas.

Hay mucho rock´n´roll en el ritmo de esta novela. Pero no os dejéis engañar. No hablamos de rock estruendoso, de ritmos de batería imposibles. Esto es rock de antaño, con ésa cadencia de los setenta, cuando el rock se bailaba en pareja. No es una novela trepidante, ni adictiva. Es rítmica, pero sin frenesí. Con un cierto toque country, con aroma de road movie.

No es la prosa de Joe Hill lo más destacable de esta historia. Su estilo es limpio, adecuado al tono ágil de la novela, sin caer en lo simple pero sin florituras ni aderezos. Sí es llamativo el imaginario de Joe Hill, que impregna su escritura, su trama y a sus personajes. Empezaba esta reseña diciendo que se palpa una voz propia, que no recuerda a nadie, en "El traje del muerto". Hay instantes realmente angustiosos, de los que te ponen la piel de gallina. Momentos de cerrar el libro y mirar a la puerta que da al pasillo, porque jurarías haber visto pasar una sombra.

Ya sé cómo he llegado a este lugar. A esta carretera en la oscuridad.  Me he matado. Me he colgado hace unas horas. Esta carretera oscura..., esto está muerto.

Joe Hill monta una atmósfera densa, opresiva, plagada de (pocas) luces y (muchas) sombras. Recrea situaciones que narradas por cualquier otro, te arrancarían una risotada pero que aquí, cobran vida, te rodean y te oprimen. Tintes fantásticos y tintes hiper realistas, acodados a la más cruel realidad, a la maldad humana, se alternan para crear una trama singular, más por cómo está contada que por lo que cuenta en sí.

No es una novela que vaya a gustar a todos. Es lenta, extensa, onírica. Quizá demasiado para los amantes del thriller. Quizá demasiado fantástica para los amantes del más puro realismo. Quizá demasiadas ventas para los amantes de lo alternativo. Quizá demasiado densa para los amantes de lo juvenil.

Pero quizá te guste. Todos tenemos nuestros fantasmas. Quién sabe si aquí puedes encontrar a los tuyos.